Un grupo de «griegos», probablemente paganos, se acercan a
los discípulos con una petición admirable: «Queremos ver a Jesús». Cuando se lo
comunican, Jesús responde con un discurso vibrante en el que resume el sentido
profundo de su vida.
Ha llegado la hora. Todos, judíos y griegos, podrán captar
muy pronto el misterio que se encierra en su vida y en su muerte: «Cuando yo
sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».
Cuando Jesús sea alzado a una cruz y aparezca crucificado
sobre el Gólgota, todos podrán conocer el amor insondable de Dios, se darán
cuenta de que Dios es amor y sólo amor para todo ser humano. Se sentirán
atraídos por el Crucificado. En él descubrirán la manifestación suprema del
Misterio de Dios.
Para ello se necesita, desde luego, algo más que haber oído
hablar de la doctrina de la redención. Algo más que asistir a algún acto
religioso de la semana santa. Hemos de centrar nuestra mirada interior en Jesús
y dejarnos conmover, al descubrir en esa crucifixión el gesto final de una vida
entregada día a día por un mundo más humano para todos.
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