jueves, 7 de enero de 2016

 La Palabra se hizo carne, para hablar en gestos y profetizar amores. Se hizo frágil, para romper certidumbres y derribar fortalezas. Se hizo niño para crecer aprendiendo y enseñar viviendo. Se hizo voz, en el llanto de un crío y en las promesas de un hombre. Se hizo brote que en el suelo seco apuntaba hacia la Vida. Se hizo amigo para anular soledades y trenzar afectos. Se hizo de los nuestros para enseñarnos a ser de Dios. Se hizo mortal, y atravesando el tiempo nos volvió eternos. 

José María R. Olaizola, sj

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